domingo, 14 de febrero de 2010

Zombies

Gato tirado en el piso lamiendo mis heridas.
Gato durmiendo, yo sentada a su lado contemplando sus sueños.
Momentos después, yo, un fantasma que bien podría no existir, me subí a un colectivo de la ciudad de Buenos Ayres. Solo quiero escapar de sus colores, de sus días grises que “brillan” bajo un sol fuerte, todavía, de invierno. El piso ¿podría acaso estar más roñoso? Una máquina gigante me saluda todas la mañanas absorbiendo mis sueños de un viaje placentero. El conductor es un autómata de carne y hueso. No te retrases, no choques, no hables, no fumes, no pares. Tratados por los pasajeros como basura, estos hombres, y también mujeres, nos llevan a casa.
¿Deberíamos apreciar que hay un colectivo para llegar a casi cualquier parte? Solo en Buenos Ayres.
Solo en Buenos Ayres. Los cafés, las librerías, esta locura que me mantiene viva. Rodeada de humanos ¿son también mis hermanos? A veces siento que los amo a todos, a veces siento que los odio a todos. ¿Cómo sería sin ellos?
Una mirada circular me describe el panorama: un solo asiento libre para mí. Caminé por el pasillo hasta llegar a la mitad del colectivo. Hice dos pasos hacia la izquierda y me senté. El asiento estaba frío. Abrí la ventana. El aire caliente entró como queriendo escapar de la libertad que gozaba fuera y yo me sentí abombado. Empecé a mirar a las personas que junto conmigo compartían en ese momento el mismo destino. ¿Qué nos había llevado a encontrarnos en el mismo colectivo? Caerse, caminar más lento, tardar un poco más en abrir la puerta, tomar un poco más de café con leche, no encontrar las llaves...bueno, pueden pasar tantas cosas que nos lleven a estar en un lugar y no en otro y viceversa que podría estar toda la noche, el día de mañana y el posterior barajando posibilidades.
El hecho fue que solo esas personas estaban allí.
En el primer asiento del lado de la derecha, una anciana que sostenía en sus brazos una bolsa azul tejida miraba frenéticamente hacia los costados. Tenía el pelo blanco que colgaba desprolijamente de un rodete mal hecho. A su lado, estúpidamente sentado, se encontraba un chico escuchando ¿música? desde su discman que mantenía en la falda. Jugaba con él. Ubicado dos asientos más atrás divisé a un hombre vestido de traje y corbata sentado muy derecho con la mirada fría y seria, parecía no estar pensando en nada. Detrás suyo había una mujer. Era flaca y llevaba un vestido blanco cuyo falda corta le dejaba ver las piernas esqueléticas. Había algo amarillento en ella. El pelo ondulado y sucio colgaba suelto por sus hombros tapándole la cara. Tenía la manos libres colgando como dos algas, y no sé porque las imaginé frías.
Yo viajaba como las demás personas, esperando llegar a mi destino. Solo esperando, escuchando el motor que contaminando un poco más el aire nos llevaría al ¿lugar donde queríamos llegar? Volví la mirada hacia el interior del coche. Nadie más había subido. Tampoco nadie había bajado. Sentada en el primer asiento como la alumna más aplicada, una bella chica se afilaba las uñas. Llevaba el pelo recogido en un rodete precioso y ajustado y daba la impresión de nunca haber sido tocada por una emoción fuerte. Su vida podría ser una laguna donde si nos arrimamos y vemos bien, observamos toda clase de renacuajos y culebrillas. Allí estaba también. En el fondo, alguien fumaba. El motor hacía un ruido espantoso y sacudía los vidrios de las ventanas. Lejos de ser un viaje placentero, transportarse en colectivo en Bs.As. era, además de sucio e insoportable, en algunas ocasiones, debido a infinidades de personajes que se acercan a hablar, lento como una situación que no nos atrevemos a ponerle fin.

Pensé en mi gato que seguro estaría estirado durmiendo pacíficamente en el pasto, lamiéndose ocasionalmente, moviendo sus bigotes blancos de un lado para otro para ahuyentar a quien quiera que osara molestar su descanso.

Gatito precioso
Horas que podrían alargarse
Creyendo que fueron siglos
Volveré a ver tus ojos amarrillos
Y tu piel suave y misteriosa
Gatito de sal
Sé que no me extrañas.

Me había abstraído por completo de los otros pasajeros y por un instante sentí que me hallaba sola en el colectivo, o peor, circundada por una atmósfera asfixiante. Miré en torno: todos eran cadáveres vestidos, no ya personas comunes que pasan inadvertidas entre los miles que deambulan por la cuidad de Buenos Ayres. El colectivo seguía avanzando lentamente mientras se adentraba cada vez más en las angostas calles del microcentro. Volví la vista pensando que aquello era una alucinación diurna provocada por..., podía ser por tantas cosas, pero los muertos seguían allí. Me levanté y fui hasta el fondo. Había un cigarrillo tirado a medio fumar, lo levanté y miré a quien lo había estado fumando: huesos vestidos y carne podrida. Pité el cigarrillo sobre el cadáver y exhale el humo, mi ultimo aliento, sobre las cuencas vacías de los ojos y lo observe expandirse y salir por el agujero occipital mientras yo caía desvaneciéndome.



2004 / 2005 M.s.I

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