lunes, 22 de febrero de 2010

Niños perfectos en la oscuridad

Niños perfectos en la oscuridad

Las habitaciones están sumergidas en un lugar sin sol. Las pesadas cortinas de color beige cuelgan muy próximas al piso. La oscuridad está encendida por dos lámparas ubicadas en los extremos opuestos de la habitación y dejan ver dos figuras prolijamente paradas cuales estatuas.
Afuera, el sol raja la tierra.

1- El comienzo

Ariadna, de doce años y Exequiel, de nueve juegan a las escondidas. Es domingo, tres de la tarde y nadie anda por la calle a excepción de ellos. ¡Doce años y la llama niña! algunos dirán. Quizás ahora en los tiempos que corren a los doce una no piensa en juegos sino en chicos y sexo, pero no en esta historia ni tampoco en este tiempo.
Exequiel cuenta mientras Ariadna se esconde. Habían acordado un límite de tres cuadras a la redonda. Valía todo menos meterse en negocios y casas. Seleccionan un árbol y Exequiel comienza a contar. Ariadna corre hacia la izquierda siendo lo más silenciosa posible. Hace una cuadra y piensa que está muy cerca todavía entonces camina un poco más y al llegar a la esquina encuentra el lugar perfecto: un pasillo angosto y pequeño que finaliza en una puerta trasera. En el suelo crecía un pasto uniforme. Ariadna se acuclilla y espera. Pasan unos minutos y se asoma con cautela. Su hermano no está por allí. ¿Debe arriesgarse o esperar? ¿No es esa acaso la clave en las escondidas?
Sin pensar mucho más se levanta y corre sin advertir que del bolsillo se desliza una pequeña muñeca que lleva consigo siempre a modo de amuleto. Llega al árbol y grita:

— ¡Pica!

Su hermano aparece unos minutos después. Está decepcionado sabiendo que le toca contar otra vez.

— ¡Qué aburrido jugar de a dos!
— ¡Ah! ¡No! Perdí mi muñeca— dice Ariadna gritando.
— Te ayudo, vamos a buscarla, ¿dónde estabas?

Entonces volvieron a la casa. En la puerta había una mujer de pelo colorado y rulos que les dijo:

— ¿Buscando algo niños?
— Si, si, si— contestó Ariadna rebosante de alegría.
— Pasen, la llevé adentro.

2- Desvío

Aunque dudando, cruzaron el umbral.
El caserón era de techos altos y paredes oscuras, atravesaron el living hasta llegar a la cocina.

—Esperen un momento, siéntense— dijo la mujer y se fue.

A los pocos minutos volvió seguida de un hombre.

— Hola niños— dijo el hombre-.Mi nombre es Alberto y ella es Margarita.

Alberto era médico pues llevaba el ambo celeste que usan todos ellos. Margarita puso enseguida un jarro en el fuego y luego les sirvió a los niños una leche que tuvieron que tomar. Todo esto le llamó la atención a Ariadna y Exequiel y prontamente se dieron cuenta de que eran cautivos y nuevamente con miradas telepáticas se dijeron que lo mejor era seguir con la corriente. Así lo hicieron los dos. Tomaron la leche en silencio mientras Margarita y Alberto los miraban detenidamente. No pasaron más de tres minutos para que los chicos se desplomaran sobre la mesa. Alberto los midió y los auscultó.

— Son perfectos— le dijo a la mujer.
— Son hermosos— contestó ella cerrando la puerta—. En una hora vendré a ver si despertaron.

Ariadna abrió los ojos primero y vio que se hermano dormía a su lado. Estaban en una habitación muy grande, amueblada con solo dos camas, una cómoda antigua y un armario. No había ventanas ni cuadros ni objetos de adorno. El silencio era total. La puerta, alta y angosta daba a un patio. Ariadna lo comprendió todo en un minuto: eran prisioneros. De pronto, oyó unos pasos y alguien que dijo:

— Ya están listos, señora.

Ariadna pudo ver que era otra persona, una mujer y que estaba vestida de enfermera.
“Al menos sabemos donde estamos” pensó Ariadna, ahora hay que encontrar la manera de salir. Al despertar, Exequiel estaba mal y angustiado, quería irse en el momento. Ariadna trató de calmarlo y contenerlo enterrando sus propios miedos dejándolos así como para después.
Alguien tenía que ser fuerte.
Estaban hablando cuando Margarita abrió la puerta.

— ¡Chicos! Se han quedado dormidos y ya son más de las diez, supuse que tendrían hambre así que les preparé una comida, pueden pasar al comedor ahora, vengan.

Eso fue todo. Se miraron, Exequiel tenia cara de desesperación. Ariadna como quien sabe lo que hace le hizo a su hermano la señal de silencio. Camino hacia la cena un gato se deslizó por encima de ellos y de un salto cruzó el abismo de pared a pared. Exequiel pensaba que todo era una locura, que debían escapar y volver a su casa. No podía entender cómo su hermana tomaba la situación tan tranquila, casi con una normalidad tenebrosa. Sin embargo, decidió hacer su voluntad. En cambio, Ariadna veía el grado de demencia viciosa que esta pareja, si es que era tal, acumulaba y pensó que seguirles la corriente era lo mejor, que en el ribete de la locura se podía buscar una salida.
Lo único que sabían a ciencia cierta era que estaban prisioneros. ¡Zas! Tan pronto habían caído en una trampa, ¿mortal? Quizás. ¿Por qué ellos? Probablemente no se lo hayan cuestionado ya que muchas veces los porqués no son importantes cuando somos chicos. Sin embargo, ahora me parece clave para develar este misterio. Sí. Y la respuesta se las dejó a ustedes en este ahora.
La cena había sido abundante y ambos probaron todo. Nada les pareció contaminado. Margarita los miraba desde un extremo fingiendo hacer alguna cosa, atenta a servirles jugo de naranja exprimido cuando los chicos habían acabado con el contenido.
Ariadna pensó por un momento: ¡esto es mejor que casa! Y esbozó una sonrisa.


3- Terror y Soledad

El sótano estaba lleno de bichos que picaban, bichos sin nombre aún.
Allí, Alberto vestido con su ambo celeste ojeaba un manual de medicina mientras se rascaba la entrepierna.
Allí, soñaba despierto con hombres descuartizados por granadas en cualquier guerra, en cualquier lugar.
Allí, soñaba despierto que tenía que amputar, abrir cuerpos y cortar venas. Sentía la sangre tibia salpicar en su rostro.
Sentía estar aspirando su más dulce aroma.
En un lugar con muchos árboles, mucho aire, mucha luz viniendo desde los pulmones,
Un lugar que no sabía dónde,
Un lugar que no recordaba se veía solo, tal como se había sentido siempre.
Solo, como lo encontrarás en sus manuscritos.

4- Despertar

— Mira lo que encontré—dice Exequiel conteniendo la alegría pues haber hallado una llave era algo al menos.
— Uhmm, qué bueno, pero ¿de dónde será, exe?

No podían prender la luz, temían ser vistos así que buscaron en la oscuridad sirviéndose del tacto y de la escasa luz que resulta mucha cuando realmente se desea ver. Luego de buscar durante casi una hora no encontraron nada. ¡Qué mal y tristes estaban!

— ¡Ya sé! Esperamos a que amanezca. Con un poco más de luz veremos mejor— le dijo Ariadna a su hermano. Y se abrazaron y lloraron de miedo y de cansancio.
Juntos, en la misma cama lograron descansar un poco.

Al amanecer Ariadna abrió los ojos y miró la llave: era pequeña, debía caber en una cajita o en la puertecita de algún armario. En el armario ya la había probado. La intento otra vez. La llave era demasiado pequeña. Caminando en círculos miró a Exequiel que por suerte dormía. De pronto, escuchó un crujido bajo sus pies. ¡Claro!, se dijo ¡una madera floja! En el hueco vio una caja de madera con una cerradura pequeña, entonces puso la llave.
Lo que encontró la hizo temblar de espanto: el documento de Lucas Mariano Martín, una gomita de pelo rosa con una mariposa, un escudo de escuela cuyo nombre borrado no se podía leer, un anillo con una piedra verde y…
Su muñequita.
Su diminuto corazón empezó a latir muy fuerte.
¡Dios! ¿Dónde se había metido? Decidió dejar todo donde lo había encontrado, no decirle nada a Exe y conservar la llave. Entre el miedo y la desolación Ariadna pareció olvidarse de su muñeca y cerró la caja fuertemente. Dentro, la muñeca abrió los ojos esperando ver a Ariadna, pero la oscuridad y los otros objetos la rodeaban entonces cerró los ojos. Ya se sabía olvidada.


Salir de allí,
Escapar de ese lugar,
Algo mucho peor se esconde tras el amanecer


Salió de la habitación
No había nadie.
Fue hacia una de las habitaciones, espió por la cerradura y no pudo ver nada. Trató de abrir.
Cerrada.
Se encaminó hacia la habitación contigua. Volvió a espiar y divisó una luz tenue. Bajó el picaporte y la puerta se abrió. Cerrándola tras ella caminó lentamente hacia dentro. Su corazón latía fuertemente.
Era una habitación grande y de techos altos, muy parecida a la que estaban ellos. En los extremos opuestos Ariadna vio dos niños parados y sintió un gran alivio repentino.

— ¡Hola, soy Ariadna!—les dijo.

Ninguno emitió sonido.

— ¡Hola!—repitió, esta vez en un tono más alto.

No hubo respuesta.
Entonces se acercó a ellos. Primero fue hacia el niño que estaba a su izquierda. Ariadna lo miró detenidamente. Tenía los ojos abiertos y estaba inmóvil. Parecía no tener expresión alguna.

— Hola —volvió a decirle— ¿no puedes hablar?

Pero el chico no contestó.
Ariadna lo tocó, para asegurarse de que fuera de carne y huesos y notó que su corazón latía.

— ¡Ahhhh! ¿Qué te han hecho?—le dijo, sin esperar respuesta.

Caminó hacia el otro niño, tampoco hablaba, tampoco se movía.
Ambos vestían pantalón largo y remera. Ariadna lo tomó de un brazo y tocó su mano.
Ninguna reacción.
Vio en su brazo a la altura del codo muchas pinchaduras de agujas y pequeños moretones. En la muñeca tenía una cicatriz ancha de operación. Entonces, ya no se atrevió a ver más, lloraba y temblaba. Lo que había visto superaba cualquier cosa que jamás hubiese imaginado. Ellos estaban vivos, si es que a eso puede llamarse estar vivo. Un miedo siniestro se apoderó de ella: debían escapar ¡ya!
Volvería a la habitación a despertar a Exe y a volver a su casa.

5- El crimen de la Soledad perfecta

Los libros se apilaban en el piso desde tiempo inmemorable, habían pertenecido a la familia y ahora le pertenecían solo a él; aunque eso no le importaba demasiado. Se leían entre tantos volúmenes los siguientes: “Historia de la medicina”, “Huesos y articulaciones”, “Histología”, “El cuerpo humano: desarrollo y crecimiento”
Graduado en la Universidad de Buenos Aires en medicina Alberto se había especializado en pediatría y noche tras noche se encerraba en el sótano, tomaba pastillas para no dormir y leía y pensaba hasta el amanecer pues quedaban todavía muchas incógnitas respecto del experimento, por llamarlo de algún modo. Durante el día tomaba muestras de sangre y las analizaba, también estaba con los chicos, aunque se aburría un poco. Con la ayuda de las sillas de rueda los sacaba al patio a tomar un poco de sol y confirmaba la sensibilidad de las pupilas, entonces les contaba los últimos descubrimientos, avances que creía haber hecho. Se sentía contento al ver que no había cambios en la expresión de los ojos, pues creía que eso era lo más difícil de lograr y lo había logrado, por lo menos hasta ahora. El contacto directo significaba observación. Solo observación. Las muestras de sangre, aunque efectivas y necesarias, no lo decían todo, claro. También contaba con la ayuda de las enfermeras y de Margarita. Por momentos pensaba que tenía todo bajo control y actuaba como un autómata. Guardaba un cuidadoso registro de los resultados de las muestras, de los músculos que había extirpado, de las numerosas operaciones que realizaba en el sótano y de, por supuesto, cómo había reaccionado el sujeto. Además tenía un diario con el nombre de cada niño. Los que marcaba con una cruz eran los que habían fallecido. Ya eran más de una veintena. Sin embargo, nada habían significado para Alberto pues eran imperfectos y rebeldes, algunos no habían sobrevivido a las operaciones o él los había matado sencillamente porque no daban el resultado esperado. Alberto trabajaba unas pocas horas en el Hospital de Clínicas y pasaba desapercibido, conversaba con otros colegas pero evitaba entablar una relación estrecha. Si arribaban las preguntas muy personales enseguida decía que tenía que irse, que un paciente lo esperaba, que tenía un llamado o cualquier otra excusa que llegaba a su mente. A veces respondía con mentiras y como es de imaginar, no tenía ni un alma amiga, sus padres habían muerto hacía ya más de diez años y decía que no tenía hijos. Solo tenía a Margarita quien también estaba sola en la vida. Se habían conocido en la universidad y a los pocos meses Alberto le había pedido matrimonio. Ella, ansiosa de escapar de las garras de su padre quien la había mantenido bajo llave tantos años de su vida, aceptó sin pensarlo demasiado, tal vez solo pensando que así sería libre.
El le había prometido una casa enorme y la posibilidad de seguir estudiando sin tener que preocuparse por el dinero. Así fue cómo Alberto consiguió en ella la pareja perfecta, o mejor dicho la esclava perfecta y pudo sus sueños hacer realidad. No le importó que ella no pudiera engendrar hijos en su vientre ya que él quería mucho más que eso, en realidad, no le gustaban los niños comunes, como él les decía, prefería el placer de moldearlos a su antojo, de crear su enfermedad y proporcionarles la cura. Se sentía encantado ante la posibilidad de crear un hijo perfecto con el sacrificio de tantos años de estudio, con el sacrificio que la humanidad entera había hecho para lograr semejante conocimiento como los es la medicina; y gracias a él se podría admirar al hijo perfecto, si es que finalmente tenía éxito. El día que Exequiel y Ariadna llamaron a la puerta fue clave para la pareja asesina pues ellos fueron los únicos que no habían tenido que capturar, los únicos que habían sido guiados allí por el destino, los únicos que habían decidido entrar.


She feared lest she might not be able to run away
What if now she was a prisoner and couldnt break free?
What if it were the sheer destiny?
Not dreams actually
Only nightmares!


6- Un escape incierto

—Ariadna—llamó Exequiel susurrando. Luego vio que estaba solo entonces volvió a la cama, dónde estará, se preguntó y temió por ella.

Sintió que iba casi volando por el patiecito hasta llegar hasta la pieza. ¿Cómo escaparemos? Se preguntaba con un miedo feroz de quedar atrapados por siempre. Una y otra vez volvían las imágenes de los niños. No tenía palabras para explicar semejante horror. No se lo contaría a Exe.

— ¿Dónde estabas?—le dijo su hermano quien estaba a punto de la desesperación, algunas lágrimas se secaban en sus mejillas, otras habían llegado a los labios para desaparecer en su boca.
— Salí a investigar. Tenemos que irnos cuanto antes, Exe. —dijo Ariadna, todavía agitada por la imagen devastadora de los niños inmóviles.
— ¿Qué encontraste?—preguntó Exequiel.
— Te cuento cuando hayamos salido—dijo Ariadna.

¿Cómo iban a escapar? Se preguntaban los hermanos. Entonces Ariadna pensó que subiéndose uno encima del otro y a la vez sobre uno de los macetones quizás podrían trepar a la medianera y luego saltar. Igual que otras veces, apoyaron las orejas sobre la puerta. Nada se oyó, entonces salieron. La noche llegaba a su fin y poco a poco el cielo se iba aclarando. Exequiel se paró sobre los hombros de su hermana quien hacía equilibrio en el macetón. Exequiel se estiró lo más que pudo, aun así no alcanzaba la medianera. Ariadna se puso en puntas de pie entonces Exequiel logró asirse y con mucho esfuerzo levantó su cuerpo, una vez arriba ayudó a su hermana tomándola de los brazos. De pronto, apareció un gato blanco que les guiñó un ojo y al instante desapareció de un salto. Los chicos caminaron por la pared en dirección a la calle. Todo su cuerpo estaba sobresaltado y tensionado, de alguna manera esperaban que alguien apareciera y los volviera cautivos.
No podían creer en su hazaña.
Sin embargo, todo había ido perfecto. Ariadna pensó que luego de saltar debían correr sin parar hasta su casa, pues alguien podría escucharlos. Más que saltar era tirarse, el tramo era un poco más de dos metros. Primero fue Exequiel quien al caer se raspó el brazo y las piernas, luego Ariadna que lo levantó y lo llevó casi corriendo la cuadra que los separaba de su casa. Ella pensó en los niños que estaban en esa casa horrible, pensó en cómo podía ayudarlos aunque parecía ya era muy tarde para eso.
Alberto escuchó unos retumbos pero no le llamó la atención pues en el sótano se escuchaban toda clase de ruidos del exterior.
Todos distorsionados.
Apoyó en el escritorio uno de sus cuadernos de apuntes y se desplomó sobre el catre. Las últimas líneas decían: “tan arduo trabajo llega a su fin. Estos son los últimos niños.”

7- Una nueva vida en Soledad

Hacía más de diez minutos que esperaban en el umbral. En su interior crecía la desesperación que trataban de ahogar.
No podían creerlo ¿Dónde estaban mamá y papá?
Nunca nadie les abrió la puerta.

Abril 2008 * M.s.I



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