domingo, 14 de febrero de 2010

Crónicas de muerte

1 - El ataque de los hombres lobo

El mero hecho de relatar este acontecimiento me produce terror, esa clase de miedo que comienza en los pies y sube por la espalda poco a poco hasta estrangularte. Aquellos que hayan experimentado algo parecido sabrán de lo que hablo, los otros apenas pueden darse una idea.
Verde de primavera y verde de amor lucen los árboles en este momento. Verde de libertad y majestuosos se yerguen los pinos y los cipreses. Una vasta extensión de ellos se despliega en la región. Nuestra casa está en algún lugar entre todos estos árboles, un lugar en donde siempre está el sol y aunque hay una ruta y calles estamos en el medio de la nada, como se dice. El lago aparece entre las montañas y un tren que a veces se escucha en el recuerdo permanece.
Hoy desperté liviana. Salí a caminar y de pronto sentí que flotaba y podía ver los árboles desde una perspectiva diferente; ya que la sensación se prolongaba empecé a pensar que quizás estaba en un sueño. Alguna vez escuché decir que los monjes budistas, aunque no estoy segura si eran los monjes budistas, pueden volar saltando de rama en rama como ardillas voladoras, pero ¡qué lejos estoy yo de eso! Intenté pisar la tierra nuevamente: la misma sensación. ¡Qué incógnita! pensé y seguí caminando. Todo a mí alrededor continuaba igual, los árboles, las colinas, y el pequeño pueblo que conozco mejor que la palma de mi mano. Sin Embargo, raro me resultó ver pocas personas y las ventanas y persianas de casa cerradas, pues a esa hora (eran las cinco de la tarde) hay mucho movimiento y el sol todavía baña las plantas por lo que nunca, nunca mi madre las hubiera bajado. Resultó entonces obvio para mí que no estaban en casa. Solo había saludado a mi padre que absorto con la televisión, como era su costumbre, ni siquiera me miró. Tampoco habían dejado nota alguna.
Me dirigí hacia la estación de trenes y caminé sin preocupación por las vías que estaban abandonadas hacia más de diez años. Los pastizales que crecían a ambos costados eran fabulosos; tan altos y frondosos que me hacían sentir como en un túnel alejándome del pueblo, del lago y las montañas.
Mientras Ninia camina por el túnel que crea las vías abandonadas yo les contaré lo ocurrido ya que su percepción es muy diferente de lo que realmente sucedió.
La noche anterior Ninia había caminado, como siempre lo hacía hasta el bosque que hay antes de las montañas, pasando el lago en dirección a la ruta. El lugar estaba colmado de sonidos de insectos y animales de la noche que Ninia conocía muy bien. Y eso era lo que más le gustaba, entonces caminaba durante horas buscando escapar. A veces llevaba su walkman y escuchaba los Ramones. ¡Qué apropiado para la oscuridad! pensaba. Ninia tenía quince años y en su dulce adolescencia se lo pasaba de aquí para allá soñando despierta escuchando toda clase de música, pero más latía su corazón cuando escuchaba punk rock. Así, se refugiaba en la música de la crueldad de las personas, de la sociedad, del modelo a seguir y de lo que imponían en el colegio y en la casa. Trataba de mantenerse libre y pura, pero al parecer, el destino le tenía preparado otra cosa, algo que la marcaría por siempre.

En una casa reducida a paredes descascaradas y pisos fracturados, un hombre se deja caer en un sillón polvoriento y rotoso. Apenas sostiene un vaso de cerveza. Está solo. En otra casa no muy parecida aunque se sabe cuánto las apariencias engañan, otro hombre descansa en un sofá. También está solo con un vaso de whisky en la mano. Bebe en silencio. En otra casa, muy cerca de las otras también, otro hombre sentado frente a la computadora consulta de tanto en tanto los libros de su biblioteca. También está solo.
Fue entonces cuando Ninia empezó a escuchar unos alaridos distantes ya que no llevaba su walkman, pero no le dio importancia y continuó caminando.

— ¡Cuánta vida, cuántas arañas! —se dijo Ninia.

Prontamente escuchó otros alaridos y luego aullidos. Imaginó perros y siguió caminando. Ahora que ha pasado bastante tiempo pienso que quizás avanzaba dejándose guiar por el destino pues las señales habían sido suficientes para evitar el desastre. Luego silencio.
Entonces aparecieron: eran tres lobos negros. La rodearon y se abalanzaron sobre ella. No tuvo ni siquiera tiempo para saborear el dolor pues la mataron enseguida. Luego la despedazaron y con las fauces sangrientas la devoraron casi por completo.
A la mañana siguiente, no muy lejos de allí encontraron un hombre muerto, ensangrentado, con múltiples heridas. “Como si un perro de esos que se parecen a los lobos lo hubiera atacado” había dicho un vecino. Investigando la zona encontraron a Ninia. Ya nadie dudaba de que algo peligroso anduviera por allí y todos descartaron el posible ataque de un perro.
En un claro en el bosque los vi a todos. Estaban mamá, papá, mis hermanos y gente desconocida de otros pueblos. Entonces vi el cuerpo y me aproximé. Nadie notó mi presencia, luego comprendí que esa chica era yo.
Mi ropa arrancada.
Mis ojos, lo que quedaba de ellos, abiertos.
El cielo estaba limpio de nubes el día que morí por primera vez y las plantas comenzaban a dar sus primeras flores. Recuerdo haber escuchado pájaros y luego como un rayo todo cayó sobre mí.
Recordé mis gritos, mi dolor, mi imposibilidad, mi debilidad.
Ante mí aparecen tres lobos grandes que giran a mí alrededor rodeándome. Estáticos, me miran en posición de ataque. Sus miradas son humanas y me dicen que este es mi fin. No hay vacilación, me doy cuenta que están muertos de hambre. ¿La única forma de escapar? Elevarme sobre ellos, quizás; pero ya es demasiado tarde. Ya están sobre mí, devoran mi piel, mastican la carne de mi cuerpo. Sólo después siento elevarme.
Veo el destrozo en las almas que me aman. Lloran sin consuelo pues ¿qué o quién pudo haber hecho algo así?



2- Leones al asecho

Al abrir la puerta de casa siempre es lo mismo: vereda de cemento, pavimento para los autos que desbordan las calles. Me pregunto cómo podría ser diferente. Abro la puerta para salir a jugar con los chicos que también abren la puerta para salir a jugar. Abro la puerta para ir al colegio y también para ir a ningún lugar. Sin embargo, al abrir la puerta hoy, ¡qué diferente fue todo!
Era como estar en algún lugar de África. No había veredas, ni cuadras, ni autos sino una gran extensión de tierra cubierta de hierba hasta donde podía verse, con árboles y arbustos. ¡Qué desconcierto! Mi casa estaba en el medio de la sabana. Mi casa y ninguna otra. Cerré la puerta y me dirigí al patio donde estaba mamá cosiendo ropa. Allí seguía, al parecer sin notar cambio alguno. Entonces, volví hacia la puerta y con mano decidida la abrí, esperando que todo volviera a ser como antes. ¡Qué bella es la naturaleza! pensé. Otra vez la sabana. ¿A dónde se había ido el barrio y su gente?
Sin mucho que hacer más que formular una pregunta tras la otra sin respuesta me quedé en el umbral observando aquel maravilloso paisaje pues nunca había visitado África, solo lo conocía por fotos y documentales de Discovery Channel. Nada se podía comparar con estar allí realmente. Deseé caminar pero solo unos pasos despertaron mi miedo y fue entonces cuando lo vi. Era el león más hermoso que jamás pudiera haber visto. Venía hacia mí como el siseo de las hojas en las copas de los árboles. Brillaba como el oro bajo el sol del mediodía y su majestuosa melena se movía al compás de sus pasos que eran tan delicados y poderosos que hasta creí sentir retumbar la tierra. En medio de ese espléndido ensueño que pareció durar una eternidad, pues siento por los felinos una profunda y sincera admiración y un afecto que permite a los domésticos rasguños, mordidas y un lugar conmigo en la cama, el león apresuró sus pasos hasta alcanzar un trote ligero. Me dije de pronto:

— ¿Pero, acaso vas a esperar a que te coma?

Cerré la puerta y fui hacia el patio. Mi corazón latía a una velocidad incalculable.

— ¿Qué pasa, amor?—preguntó mi madre quién continuaba cosiendo ropa.
—Me persigue un león, mamá—le respondí.

El patio era abierto y estaba circundado por los techos y paredes de otras casas, pero estas habían desaparecido. Entonces vi que el león estaba posado en la estrecha medianera.
Cruzamos miradas. Otro león se aproximaba y como centinela del destino permaneció en la pared observando mi martirio. Mi madre continuaba ensimismada en su tarea. Yo permanecí cual estatua pues la realidad era incomprensible, impenetrable e indescifrable. De alguna forma supe que los leones eran para mamá, su cuenta que saldar, pero el felino saltó por encima de ella y cayó sobre mí. Sus patas delanteras me tumbaron al suelo y allí rápidamente recibí su mordida letal que fue como un beso.
Así todo terminó.
Así todo comenzó.

2008/ M.s.I

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