lunes, 22 de febrero de 2010

London Deremi

London Deremi

Con pisadas exactas cabalgaba hacia la cordillera. Sola. Quizás la perseguía algo invisible o demasiado real, quizás escapaba de su hogar. Tenía el cuerpo muy caliente, el pelo negro que estallaba y el aliento que salía de su boca hacía acelerarla aún más. Los ojos tan transparentes miraban con desesperación. De pronto, el terreno cambió. Sus patas perdieron el control y cayó.
Rocas.
Una clase de pequeño acantilado oculto.
Permaneció así comprendiendo que nada podía hacer para librarse de aquel estúpido destino.
Quebrada. Inmóvil. Sentía como el dolor colmaba todo su cuerpo extendiéndose a cada centímetro de su equina piel. Pasó un tiempo. Los ojos se pusieron brillosos y miraron hacia todas las direcciones esperando incluso algo peor.
El arroyo que fluía más abajo sabía quién estaba allí. Pequeños pececillos de diversos colores jugaban con el agua danzando en perfecta armonía al igual que la muerte jugaba con el equino.

Ven, colma mi ser
Dulce muerte
Desdóblate en mí.
Te espero como ayer,
Hoy y siempre. Y hoy es el día en el que
Habré de abrazarte, tocarte y decirte:
Hola, aquí estoy.

El cuerpo se aflojó. La yegua miraba a su alrededor. Parecía aceptar su realidad de un modo muy sencillo como casi nunca se ve en los humanos o en los animales domésticos.
El olor de la sangre que brotaba de su cabeza, de sus patas y de su vientre atrajo seres un tanto espeluznantes que luego permanecerían allí durante días nutriéndose y reproduciéndose en el cuerpo perfecto de la yegua. Ella se tragó el dolor. Nadie había allí para auxiliarla. Sin embargo, el paisaje no era nada cercano a la desolación: las mariposas fluían con el aire, las piedras se desmoronaban y giraban sobre sí mismas y en el río flotaban los diamantes de agua.

Muerte, descomposición.

En otro lugar bastante remoto, no tanto por la distancia sino por el ambiente, por el aire e incluso hasta el agua, un cadáver también se descomponía dentro de una bolsa de nylon gruesa en la que yacía yendo transportado de incógnito por un camión hacia el sur. Y no era una bella yegua. El cráneo, las extremidades y la entrepierna mostraban que ése era el cuerpo de un humano.

Buenos Aires, Argentina. Con lo referido a los acontecimientos ocurridos el pasado Marzo, la corte todavía analiza los hechos.

Al leer esto, Araña pensó en la constante ineficiencia de la justicia y también pensó en lo jodido que estaba una comunidad al permitir que así fuera. Es más fácil dejar que los demás hagan las cosas y después criticar.
El camping no parecía muy seguro, pero no había otro por la zona así que se registró y después de buscar un lugar, armó la carpa y se tiró a descansar. El viaje había sido largo y la mochila, a veces, pesada.

El hecho pudo haberse producido en la provincia de Neuquén u en otra. Informa: Fuente Verde.

—No informen tanto, che—pensó Araña.

Dobló la esquina. Apareció en el camino. Era un niño. Caminaba rápido y firme como quien se dirige a un lugar que sabe su destino. Flaco, de piel morena y pelo corto. Cuando llegó al camping, observó el lugar: una carpa igloo se erguía tirante bajo el sauce, único testigo pero inmutable, silencioso e inservible pensaría luego London al recordar aquel árbol que lloraría eternamente igual que ella, aunque se mantuviera verde en las primaveras para recibir con gracia y humedad a las abejas fértiles que bailan alrededor de una flor.
Al aproximarse escuchó el ruido de un cierre. London abrió la carpa y salió. La media luna se mostraba maligna. El se acercó a la carpa y vio que ella estaba sola, luego volvió al lugar donde se encontraba. Caminando lento y relajada London volvió a la carpa y se acostó.
¿Qué pensamientos surcaban su mente? No lo sé.
Un cuchillo acorde a su tamaño se dejó ver en aquella noche de espanto y sin poder dar cuenta de sus propios sentimientos arremetió contra la carpa. Se trastabilló y cayó sobre ella. Dando un grito de horror se despertó repentinamente a una realidad que no comprendía ¿qué hacía un niño sobre ella con un cuchillo en la mano? Cuando se recuperó de la caída (escasos segundos) se abalanzó sobre ella, la cacheteó y la golpeó en el estómago sosteniendo sus brazos, ella resistió y contestó sus golpes con un rodillazo en el pecho y para su sorpresa no pareció hacerle nada. Vio que el cuchillo se dirigía rápidamente a su estómago entonces se lo sacó de una sola maniobra y se lo clavó en el cuello. El niño se desvaneció en el mismo momento cayendo sobre London. La sangre brotaba ligera junto con el silencio. Pasaron unos minutos hasta que London reaccionará. De un golpe, se sacó de encima al niño. Vio que estaba muerto. Ya no le haría daño.
¿Tendría que explicar la situación a otras personas que no entenderían?, ¿se sometería a juicios, habladurías y a cuántas otras cosas más? Su joven cuerpo desnudo decía no. Y, ¿entonces? Lo que hizo London Deremi es muy fácil de relatar:
Seleccionó ropa limpia y la sacó fuera de la carpa, en una bolsa negra puso el cuerpo y lo metió en la mochila. Se envolvió en una toalla y se dirigió al baño. El agua fría la despertó por completo y limpió la sangre. Disfrutó de la ducha llorando lágrimas de decisión. Tocó todo su cuerpo y se sintió afortunada. Volvió a la carpa sintiéndose extenuada, se durmió.

—Yo te dije que hicieras esto, London, ¿ahora qué?—dijo en voz alta y sonó a sermón.

London sintió miedo. De pronto, esas preguntas tuvieron respuestas desagradables. Condenantes. Esclavizantes. Y solo sintió que quería escapar de eso sin importar nada más.
Mezclando colores podía escapar, pero se sentía débil, sin razones.
¿Hacía dónde se dirige London Deremi? ¿Por qué está tan atormentada? Solo fueron las circunstancias, London. Despreocúpate. A eso tenía que llegar para poder cargar la mochila e emprender un nuevo viaje.
El sueño no existió. Se despertó como si nunca se hubiera acostado. Miró la mochila de reojo. ¡Deremi!, ¿qué hiciste? ¿Qué es esto?

Buenos Ayres, Arg, 2004. missing child. Small, dark complexión, short brown hair. A week away from home.

Se vistió, desarmó la carpa, se puso la mochila y salió. ¿Qué hora será? respiró, miró al cielo ¿Qué es esa pregunta? se dijo, quizás piensen que estoy loca pero el tiempo no es nada mirando el arco iris.
Apareció de repente, ampliando el panorama, el lago de oceánica profundidad ¡Cuántos son los secretos que nos ocultas!
¿Podría una chica como London Deremi cargar con un muerto en la espalda?
Sí, y de hecho podía hacerlo por mucho tiempo.
Yo no hice nada. Esto sucedió simplemente. ¿Se quería convencer? Quizás de que podía. ¿Olvidando podía hacer de cuenta que no existía? Claro que sí.
Salió a la ruta. Esta vez había algo horrible en ella. El pasado se volvió muy real. Volvía a pasar lo mismo. Sintió que ni el tiempo ni el lugar la ayudarían.
Pronto, cargar con el muerto se volvió olvido, ¿para qué recordar? Luego se daría cuenta lo mal que hacía en disimular para ella misma la situación dado que no reparaba en hacerlo evidente para los demás, aunque a los demás no les importara y tomaran las palabras de London como una broma un tanto oscura. Sin querer admitir la perversidad de los que la rodeaban, London escupía su dolor a quién quisiera cruzarse en su vida, viendo tristemente como este se incrementaba al verse sola y desprotegida, esperando siempre una palabra de aliento, una caricia, un consuelo. Ignorando esto por completo, pues nuestra London era tan solo una niña cuando clavó el cuchillo que dividió su cuerpo en dos, emprendió su viaje una y otra vez tratando de curar la herida que creía totalmente injusta y que olvidaba con frecuencia para evitar el dolor. ¿Cómo estás?, era una pregunta que se repetía constantemente, pues no quería perderse de vista.
El paisaje cambió. Las montañas, antes majestuosas y bellas eran tenebrosas e infinitas y la hacían sentir disminuida e insignificante, trataba de evitarlas, pero ¿cómo hacerlo? Siempre allí inalcanzables.
Una vez en la ruta, esperó. Se sacó la mochila y miró para otro lado. Se preguntó si alguien la habría escuchado irse del camping. No, estás más sola que un perro de la calle, London, se dijo en voz alta. Una Land Rover negra pasó a gran velocidad y London sintió que se hacía más pequeña. Tranquila, tenés que estar tranquila London, todo se va a arreglar, pero sentía que aquello no tenía arreglo en absoluto y de hecho eso parecía lo más sensato de todas las cosas que había pensado. Un Renault Clío verde, una F100 blanca, una camioneta de hielo, ¿quién la llevaría? No fue larga la espera de ese trayecto.

Bs. As., Arg.. Se solicita cualquier información del paradero de Federico Díaz, por favor llamar al 0-800-011-3545.

Se le escapaban muchas cosas. Muchas incógnitas respecto al muerto. ¿Quién sería?
El viaje fue cómodo y sin ninguna necesidad de hablar aunque London se encontraba charlatana en esa tarde que nunca olvidaría junto al muerto que la acompañaría durante mucho tiempo, o al menos eso fue lo que le pareció a London. Abrió la puerta y bajó. ¿Hacia dónde se dirigiría ahora? El auto desapareció rápidamente en la ruta zigzagueante. De pronto, sintió curiosidad. Abrió la mochila y buscó la cara. Le movió un brazo y debajo aparecieron los ojos: dos pequeñas bolas que no decían nada. ¿ A quién había matado? No entendía por qué siempre reparaba en ese hecho y no pensaba por qué la había atacado. Exhalaba dolor de olvido pero ni siquiera al ver su cara dióse cuenta London de la situación en la que se encontraba. Sintiéndose una estúpida por cargar con el muerto, London se sentó pensando por qué sentía que debía llevarlo.

Partiste mi corazón
Quebraste las esperanzas
Y solo era una niña.
Te interpusiste en el viaje
Y yo tuve que seguir andando
Sola.
E igual quisiste hacer de cuenta
Que nada había cambiado, rodeándote de personas.
Yo solía ser tan feliz.

Otro auto frenó. ¿A dónde iba? Inventó un destino.

—Sí, está bien —le dijo.

Empezaron las preguntas y las respuestas, y aunque encontrara el interrogatorio un poco odioso sentía que no tenía alternativa pues “parezco tan liviana y feliz, si supiera que tengo un muerto en la mochila”.
La radio sintonizó un noticioso.

“Sigue sin aparecer Federico Díaz, un niño de diez años extraviado hace ya una semana, las investigaciones apuntan hacia algún hecho producido en el camping “Los Alerces” a unos cuantos kilómetros de la casa de la familia que denunció el hecho.”

— ¿Qué haría un chico de diez años tan lejos de su casa?— se preguntó el conductor. London no abrió la boca. El hombre la miró esperando algún comentario pero London miraba fijo la ruta aguardando que el tema quedara en el olvido. Nadie dijo más nada. Ella no lo había querido matar, pero tuvo que hacerlo.
Mal, mal, mal estás haciendo las cosas mal, se decía London Deremi pero era incapaz de cambiar las cosas y se preguntaba porqué el hombre la miraba cada vez que podía. De pronto, nubes negras treparon la montaña avecinándose como una amenaza. En la radio repitieron la noticia que, por supuesto, no era tal para London. Se asomó y se miró por el espejo retrovisor y vio a una niña preciosamente confundida y no pudo evitar recordar al muerto e imaginar cómo la sangre se estaría coagulando en su mochila, cómo se estaría pudriendo la carne y cómo se estarían secando los ojos.
Procesos inevitables pensó London.
El hombre estacionó el auto. Momento de bajarse. La mochila pesaba aun más, pero London era una chica lo suficientemente fuerte como para hacerse cargo de lo que había hecho. Aunque no había querido hacerlo, aunque así se había presentado en su vida. Caminó por el pueblo. Desolación sintió al ver familias enteras almorzando, amigos divirtiéndose y personas esperando reunirse con alguien. Caminó, su cabeza daba vueltas. No sabía lo que iba a hacer. ¿Esperar un próximo auto que la llevara? ¿A dónde? Todo pierde el sentido otra vez y no hay nada que pueda evitarlo. Ir, venir, volver, ir otra vez.
Se podría decir que mi historia es un poco la suya o viceversa y que el tiempo era muy extraño, no como lo es ahora. Antes, el tiempo parecía estar manejado por otros. No era nuestro. Nos perseguían cosas del pasado
Y dijo:

— ¡Basta de ruta, basta de dedo!

Justo después un auto frenó a su lado. Levanta vidrios abajo. Una voz masculina hizo la pregunta de siempre y London contestó con el sí que últimamente le convenía si quería llegar a alguna parte, por alguna que fuera. Claro, iba para...
London no pudo explicarme a dónde porque no lo recordó. Ella miró a quién conducía su destino en ese presente: joven, macho, veintiséis años aproximadamente y bien vestido quien comenzó haciendo preguntas que London no podía dejar sin contestar. Muchas veces lo hacia mintiendo.
“Hablamos de muchas cosas, yo había puesto la mochila en el baúl del auto y sentía necesitar de alguien”
Hablando, hablando, hasta que llega el momento en el que no se puede decir más nada y empiezan a hablar otras partes del cuerpo. Cuando se quiso dar cuenta el tipo estaba sobre ella, besándola y tocándola. Pero ella estaba en otro lugar. Las manos que la tocaban eran invisibles, la boca que besaba sus pechos era insulsa y todo carecía de sentido incluso el placer que había aprendido a sentir forzada, avergonzada y asqueada de sí misma por dejarse hacer cosas que no quería. Solo anhelaba escapar, negar y olvidar todo lo que había pasado. Igual, el tipo había sido dulce. Sintiéndose mal recogió su ropa y se vistió rápido tratando de evitar que él la viera demasiado.

— ¿Qué cómo era?—me preguntó London como un abismo lleno de eco.
—Sí, ¿cómo era? Dije, ¿sos sorda?

Y ya había perdido la paciencia porque las conversaciones con ella carecían de sentido, por más que yo tratara de comprender, sus palabras rebotaban en el suelo, en las paredes y burbujeaban en su boca para perderse en un abismo profundo, rocoso y oscuro donde también había otras palabras tocando las suyas.

—No me acuerdo.

Y ya no le pregunté más. Hacer de cuenta que eso nunca había pasado era su próximo paso.
Un manto oscuro la cubrió. Era el olvido a quién también había olvidado.
Videó al muerto. El pequeño se encontraba solo, en un lugar que ella no podía alcanzar.
Miró fijo la ruta y recordó que no se acordaba a dónde iba.

—¿Acaso importa el lugar?—se dijo a sí misma.

¿Cuánto tiempo hace que llevo adelante esta locura? ¿Por qué era tan importante el tiempo, ahora que se deformaba constantemente como las gotas de lluvia deslizándose sobre un vidrio? Sola, desprotegida y en la ruta, London Deremi se cuidó lo más que pudo, lastimándose en el camino, refugiándose en el pecho y en los brazos de quién quisiera acunarla.
Pasaron los días y las noches y con más frecuencia veía al muerto. En sus sueños, despierta y desvelada aparecía el rostro deformado por el calor y por el tiempo.
Cansada del concreto, se adentro en los bosques que iban hacia la montaña. Tomó un sendero que por momentos se perdía circundado por rosas mosquetas cuyas espinas se enganchaban en la ropa, desgarrándola. Esto parecía no importarle a London quien avanzaba lento pero firme cargando su mochila y su alma. Al adentrarse cada más, el entorno cambió. Sintió que rompía telarañas y que estaba rodeada de pequeños, y no tan pequeños insectos de toda clase y diseños. London estaba estupefacta ante las maravillas que se presentaban en ese ambiente.

—Tan propicio para insectos—dijo.

Y siguió caminando sin saber hacia dónde se dirigía. Soñaba con un tiempo mejor. Y siguió caminando, claro. No pensó jamás en detenerse, no pensó jamás que estando allí con el muerto igual estaba sola y mirando siempre hacía él, el bosque se volvió más inmenso de lo que realmente era, se volvió más verde oscuro, e incluso comenzaron a aparecer figuras. El bosque se volvió tan basto que sus brazos no podían rodearlo, tan basto que se perdió en las hojas más viejas y oscuras, tan basto que se volvió ajeno, tan ajeno que se partió en miles de pedazos y se convirtió en odio y maldiciones. Alrededor de esto, London construyó poco a poco un muro de pensamientos oscuros y contradictorios. Se rehusó a ver lo que veía, se rehusó a ser lo que era y siguió caminando, alejándose de los demás y acercándoseles solo cuando lo creyó necesario. Pasó la noche en el bosque. Vio aparecer la luna luminosa y las estrellas que tanto ansiada ver. Esa noche comprendió cuan sola estaba, mucho más incluso después de haber estado con ese hombre. Soñó, y en ese lugar las cosas estaban verdaderamente bien, pero se desvanecían al despertar y ni siquiera quedaban en su memoria. Al despertar encendió un fuego y se preparó un té. Pensó en lo que había dejado atrás, en la ciudad, en la familia de la ignorancia. ¿Qué sabían ellos de London? No mucho, a decir verdad, porque poco les importaba. Entrar, salir, comer y bañarse, no más de eso. Cualquier intento de recomponer las cosas se sabía fallido. Y aunque ya había pasado mucho tiempo del día que había decidido cruzar el umbral, a veces pensaba en ellos sin poder evitar que la tristeza se acercara, reptando desde lejos hasta alcanzarla y hacerla recordar lo que ella olvidaba a diario. La noche había sido amable y el día parecía prometer carisias de sol y nubes de algodón. Apagó el fuego, esparció las brasas, se colgó la mochila y siguió adentrándose en el bosque.

—No puedo creer a todos los peligros que te expusiste, London, estás loca—le dije, pero estaba segura de que mis palabras nada significarían para ella. — ¿No te encontraste a nadie?—le pregunté.
–No.
Pero yo sabía que mentía porque lo había dicho moviendo las manos y siempre que mentía hacía eso. Pero ella quería ocultar la verdad, sentía que el hecho de que ella sola lo supiera podía, de algún modo, borrar esa verdad que tanto odiaba. Eliminarla por completo, ese era su anhelo.
Claro que había encontrado a alguien. En los bosques del sur parece que no hay nadie pero London había comprobado lo contrario. Allí estaba ella caminando contenta sin ninguna razón aparente cuando, de pronto apareció un hombre, uno de esos horribles, pensó London, de los que piensan que las mujeres son objetos y que lo único que quieren en la vida es un macho. Pero, London no era una mujer, no todavía. ¡Qué asco! Pensó ella cuando lo vio aparecer. Se asustó cuando vio que se aproximaba a ella. Caminaba como un hombre prehistórico, hasta su cráneo parecía el de un mono.

—Aquí se aproxima lo que buscaba Darwin. ¿Tanto tienen que investigar para darse cuenta que el famoso eslabón perdido es el macho?—se dijo London en un susurro.

Un claro y perfecto ejemplo de la involución, o del cese de la evolución y, pudiendo apartarse de la situación, vio que ella era una rosa y el hombre una infección, un ser totalmente fuera de lugar en ese espacio tan verde, floreciente y estallante y London no pudo comprender cómo eso era posible. ¿Qué hacia un animal tan espantoso ante ella? ¿Cómo podía existir algo así? London era muy ingenua. A pesar de haber matado a alguien era inocente y confiaba en las personas.
El hombre se abalanzó sobre ella.
No, no se había encontrado con nadie.
Le arrancó la ropa.
No, no se había encontrado con nadie.
Le dejó una sensación que no la abandonaría nunca.
No, no se había encontrado con nadie.
Debo admitir que pensé que mi amiga buscaba su propio fin, su propia muerte. Sentadas, casi en completa oscuridad, el silencio volvió a apoderarse de ella en forma de palabras sin sentido.

— ¿Qué me estás diciendo? Vamos, no me mientas ¿qué pasó?—eso es lo que le hubiera gustado escuchar de su amiga, pero ella, cansada de London aceptó la respuesta como válida perpetuando así la confusión que residía en cada núcleo del cuerpo del London.

¿Cómo haría esta chica para salvarse de este mundo, entonces? Estando completamente sola, rodeada de amigos incapaces de poder ver en ella lo que ella no podía ver.
A London no se le ocurrió mejor recurso que hacerse amiga del muerto. Comenzó a hablarle sin obtener respuesta. Claro, los muertos no hablan, pero por alguna razón London esperaba una respuesta. Ocasionalmente abría la mochila para verlo y hablarle. Pero, la verdad era que la situación era ya insostenible, el muerto despedía olor, su carne ya se había comenzado a desintegrar.
Vio que el bosque terminaba. ¿Dónde se encontraría? Siguió caminando contenta de salir de él y expectante por ver lo que le esperaba.
Una ladera desierta, un precipicio y una montaña con picos nevados fue lo próximo que encontró y para variar, siguió caminando.

—No te creo, no me mientas más, todo el mundo estuvo buscando a ese chico, ¡qué forma más horrible de llamar la atención, ¡London! Por favor deja de mentirme.

London la miró pensando que lo mejor era que no le creyeran y esa fue la primera y última vez que mencionó el asunto.
Llegó al precipicio. Miró alrededor y vio un cadáver. Presa de la curiosidad, bajo agarrándose de las piedras. El cadáver estaba casi completo y todavía algunos bichos encontraban algo para comer. London lo investigó hasta darse cuenta que esos huesos habían pertenecido a un esbelto caballo. Lo observó. Se sacó la mochila y se situó a pocos metros del cadáver. El silencio era completo. Y claro, pensó, los muertos no hablan. Solo ellos la rodeaban. Vio que más abajo fluía un arroyo. Fue hasta él y se lavó las manos y la cara. Regresó y al abrir la mochila: Repulsión. El muerto se descomponía cada vez más rápido.

—¡Qué asco!—dijo London empujándolo hacia fuera.

El pequeño ya no era un niño, era una masa de carne hinchada y sangre podrida. London vio como cientos de bichos abandonaban el esqueleto para comerse al niño.

—Aquí te quedas. Ahora vamos a descansar en paz—dijo tomando la mochila.
Se alejó por la ladera en dirección norte hacia un destino que sabía certero.

2004* M.s.I

No hay comentarios:

Publicar un comentario