domingo, 14 de febrero de 2010

Zag

Algunos pensarían positivamente que su mente había, finalmente, enloquecido por completo.

—“Era de esperar de una persona como él”- eso dijeron después de que se lo llevaran lejos, muy lejos.

Lo consideraban como a:

—...una pobre y atormentada criatura que...

Y de esa forma eliminaban toda la responsabilidad que ciertamente les confinaba.
Sin embargo, él sabía que ellos tenían, también su cuota de locura, solo que no querían aceptarlo y depositaban, como siempre ocurre, el sentido de culpa en él.
Habitaban en su interior (y quizás en el de todos aunque no me atrevería a afirmarlo) fuerzas, pensamientos y sentimientos contradictorios producidos por su amplia capacidad, y porque no obsesión, de ver las cosas de todas las maneras posibles. Atraído por la oscuridad, obsesionado con lo oculto y tenebroso, hallaba en experimentar el miedo algo así como descubrir algo más.
Anhelaba sentirse aterrorizado ya que al vivir en la cuidad muy pocas cosas, por no decir ninguna le producían miedo.
No entendía a las personas a las que les daba terror salir solas a caminar por lugares generalmente deshabitados muy tarde en la noche. Podía advertir fácilmente que toda esa gente había sido, por decirlo de alguna manera, hipnotizada, gobernada por alguna extraña entidad que ni ellos mismos podían descubrir. Pensar eso ya era suficientemente terrible, y más lo era aun saberlo y no poder hacer nada por ellos, teniendo que dejar que alguna vez despertasen.
Entonces, él mismo imaginaba cosas que le causasen miedo. Deseaba saber como se manejaría. En su mente aparecían imágenes de situaciones con lobos, tormentas en un barco, alguna catástrofe en los que muy pocos sobrevivirían, una próxima guerra civil.

—En fin, cosas que muy probablemente sucederán, pero no, lamentablemente no ahora—. Lo escuché decir en ciertas ocasiones.

Su ansiedad incrementaba con el correr de las días y las horas.
Asesinatos, en contadas ocasiones había soñado con ellos.
Un día nos encontramos a la noche y fuimos a una plaza y entonces me contó su sueño:

—Había un tipo caminando por algún lugar desconocido para mí. Me preguntaba algo, no me caía bien. Golpes, sangre, cuchillo, mutilación­­­­—me dijo—Es la violencia reprimida.

Yo solo lo miré.
Se despertaba repentinamente sudando con una mezcla de alegría y terror, su corazón latía con fuerza. Quedábase meditando sobre lo que tenía que hacer. Sabía que de realizar algo así, verdaderamente y no ya en sueños, experimentaría terror. ¿Sería capaz realmente?
Pasaron meses y volvió a soñar. Nunca tenía un motivo en especial, tan solo una mirada bastaban para volarle la cabeza a cualquier idiota.
Pero, yo, tiempo después descubrí que mi amigo no estaba loco como decían, sino que había reflexionado lo suficiente para darse cuenta de que todos habían perdido, hacía tiempo ya, su sano juicio.
—Nadie tiene el derecho de quitarle la vida a alguien, va preso por eso, hasta cometen asesinato con él también, en algunos lugares. Pero, — me decía—¿A quién se debería enjuiciar o matar por las miles de personas que mueren a causa de la explotación incesante de los malditos países imperialistas? El mundo parece olvidarse de eso.
Vi a Zag empeorar vertiginosamente. La verdad era que antes no estaba nada bien, solo los pensamientos lo perseguían, pero en ese lugar... ese lugar no era para él. Parecía no soportar las injusticias que veía a diario. En verdad era horrible: Las paredes blancas, las enfermeras que solo les daban medicamentos, los médicos que parecían querer que se pusieran más enfermos, en fin la locura del mundo se reflejaba en ese lugar, el peor en todo el mundo entero sin duda en el que podía llegar a estar Zag. Pero, así fue y yo no pude hacer nada por impedirlo. Varias veces lo fui a ver y salí llorando al verlo todo como borracho, hablando incoherencias. Después de un tiempo, concluí que Zag ya no era Zag y dejé de ir. Una semana después me habló su madre, la responsable de que Zag estuviera allí para decirme que no había resistido el tratamiento y que estaba en un lugar mejor.
—Ya lo creo—dije colgando el auricular.
Lloré por amigo, ahora ausente para siempre. Sentí en mi propia carne su sufrimiento, el ahogo de saber que nada puede hacerse para evitar las muertes y la miseria que azotan este mundo maravilloso y mágico.
Ojalá pudieras estar acá conmigo.

2001/ M.s.I

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